Una oscura forma gira ante el espectador. Una voz en off se dirige a ella: “Pocos quieren hablar de ti”, “¿Por qué tantos niños negros sufriendo?”. La negritud, esta misteriosa pero familiar abstracción, se reivindica en la obra como una ficción tangible, una parte fundamental de los sujetos que la contienen que, sin embargo, no puede definirse en términos absolutos.

Lo que empieza siendo un juego, una broma sobre la piel, sobre un cuerpo racializado, toma la mezquina y violenta forma del racismo, a medida que el niño que protagoniza la obra empieza a tomar conciencia de su propia humillación. La purpurina, que funciona como apertura y cierre de la escena, evoluciona radicalmente en su significado. Del halago, al insulto. De la glorificación del rostro negro, a su distinción como estigma.